Por qué la
mujer que vive violencia en su hogar no logra ponerle fin a su situación?
Se dice
tantas cosas a cerca de lo que mantiene a una mujer dentro de un hogar violento; lo cierto es que
nadie que no haya vivido esa situación o haya estudiado el tema, sabe de lo que
está hablando.
Me gustaría
en este punto, diferenciar primero una conducta ocasionalmente violenta de una
persona en la que se ha naturalizado esta manera de relacionarse dentro de su
hogar.
Hay
personas con baja tolerancia a la frustración que ante situaciones límite, o
que se les “escapan de las manos” pierden el control de sus emociones e
impulsos. Así, vemos personas que ante
determinada situación, arrojan o rompen lo que tengan a su alcance, pueden intimidar
a quien tengan en frente o incluso llegar a “levantarle la mano”. Estas son las personas de las que muchas
mujeres dicen “intentó pegarme una vez, lo enfrenté y no se lo permití”, o “se
la devolví y no lo hizo nunca más”.
Estas mujeres no se explican cómo puede haber otras que se dejan pegar,
que no pueden poner límites….
Muy
distinto es el caso de la persona violenta. Esta persona está en la búsqueda
del control, la violencia es una lucha por el poder, el control sobre el otro;
generalmente es una persona insegura, de baja autoestima y que proviene de un
hogar también violento (perfil de un abusador). Esta es la violencia
que está causando más daño a las mujeres que la combinación de los accidentes de automóvil,
asaltos y violaciones, la violencia que sufren las mujeres a manos de
desconocidos es menor que la ejercida por personas con las que mantienen una
relación íntima. Según las estadísticas el lugar más peligroso para las mujeres
es su propia casa.
Generalmente
la violencia psicológica precede a la violencia física, para cuando ésta llega,
la mujer ha desarrollado una relación codependiente con el agresor y su
autoestima está tan lastimada que no es capaz de tomar decisiones, sobre todo
extremas, y sostenerlas.
Hablando de
los hogares cristianos, de hijos y
siervos de Dios, esto no difiere en absolutamente nada, lamentablemente. Pero
aquí nos encontramos con agravantes, como si fuera poco lo que está viviendo la
víctima, “la iglesia” le suma a ello la culpa, claro, es típico de la ley.
Los
religiosos, pastores, líderes, ministros (siempre aclaro que gracias a Dios, no
son todos) no saben cómo enfrentar el
tema, por la sencilla razón de que es algo que se oculta, se calla, por qué??? Esta es una respuesta que merece
desarrollarse aparte, lo hago aquí.
Entonces tenemos esta mujer cristiana, esta
sierva de Dios con una autoestima por los subsuelos, se siente frustrada, en todas las áreas de su vida, ya que el
abusador la ha anulado, una mujer que
anhela servir a Dios, pero que su esposo se exaspera si pasa tiempo fuera de la
casa, o si tiene amigas. Una mujer incapaz de sentirse realizada porque cuando
opina, su opinión no sirve, es una tonta, cuando intenta tomar iniciativa en
algo es desvalorizada, humillada, si
intenta desarrollar su ministerio, no está capacitada… Y cuánto más… 1 Tesalonicenses 4:6 “Que
ninguno oprima, ni engañe en nada á su hermano: porque el Señor es vengador de
todo esto, como ya os hemos dicho y protestado”.
1 de Pedro 3:7-9 “Vosotros maridos, igualmente, habitad con ellas
sabiamente, dando honor a la mujer, como a vaso más frágil, y como a herederas
juntamente de la gracia de la vida; para que vuestras oraciones no sean
impedidas. Y finalmente, sed todos de un
consentimiento, de una afección, amándoos fraternalmente, misericordiosos,
amigables; no volviendo mal por mal, ni
maldición por maldición, sino antes por el contrario, bendiciendo, sabiendo que
vosotros sois llamados para que poseáis bendición en herencia.”
Ya no se
atreve a opinar, obviamente no se la
consulta para nada, si intenta hacer algo por si misma lo tiene que hacer a
escondidas, se le controla, en ocasiones,
hasta los correos electrónicos o lo que hace en el internet, donde
“pierde el tiempo”. En medio de estas
“pérdidas de tiempo” es que llegan las consultas a este blog.
Estamos
hablando de matrimonios cristianos, hablamos, incluso, de esposas de líderes
religiosos, que, si logran tomar valor,
consultarán a alguno de sus pastores, o
en su defecto, si el pastor es su
esposo, quizá se anime a buscar ayuda fuera de la congregación.
Las
respuestas típicas ya las hablamos aquí… y estas le agregan la culpa, ella es la responsable de que “el
problema”, “la prueba” no termine.
Es tan
tonta que no puede decir basta? Es tan importante para ella el ministerio, la
iglesia que es capaz de soportar la tortura diaria? Le lavaron el cerebro en
esa religión? Por qué no se separa? Por qué no lo deja? Por qué no puede
establecer un límite sano en la
relación? Estas y cientos de preguntas más surgen de aquellos que no saben lo
que es convivir con un abusador.
La víctima
puede esgrimir todo tipo de respuesta, “por los chicos”, “por el
testimonio”, “no tengo donde ir”, “si
les digo no me van a creer”, “pensarían que solo intento desacreditarlo en la
congregación”…. Cientos de argumentos, y
si hay hijos en el matrimonio las estadísticas muestran que las denuncias o
pedido de ayuda son inferiores en
relación con matrimonios en los que no hay hijos.
Pero la
respuesta a la pregunta inicial es, simple y sencillamente, porque no tiene la
capacidad para hacerlo. Simple y sencillamente la anularon como persona, simple
y sencillamente, aunque pocos lo entiendan, NO PUEDE, psicológica y emocionalmente no está en
condiciones de hacerlo.
Recuperarse
es un arduo trabajo, necesita fortalecer
y llevar su autoestima a niveles
aceptables, necesita sanar psicológica y emocionalmente. Y muchas veces para
lograr esto es necesario utilizar variados recursos, incluso la consulta
psicológica o psiquiátrica, aunque los religiosos sostengan y aconsejen que no
se puede recurrir a la psicología para tratar problemas espirituales, déjeme
decirle que cuando los problemas espirituales llegaron a afectar la psique de
una persona, nadie mejor que un profesional de esa área para tratarla. Otro recurso
que no es aceptado por los religiosos es apartarse del maltratador cuando fuere
necesario tomar distancia. En vano sería curar una herida y cambiar las vendas
cada día si después de hacerlo le echamos encima una gota de ácido. No hablo de separación definitiva o de
divorcio, hablo de una separación terapéutica.
La
decisión, una vez tomada debe mantenerse firme, no se puede ceder terreno al maltratador, el va a seguir
intentando avanzar siempre, como dijimos anteriormente, la violencia es una
lucha por el control, por el poder. Pero
aquí quiero dejar en claro algo, el maltratador no es el enemigo, el
maltratador también es una víctima de sus circunstancias, sus conductas son
aprendidas, las aprendió en su casa, las fomentó la cultura y las avivó el
silencio. Esposo y esposa son uno, si uno daña al otro se daña a si mismo, no
solo está deteriorando la salud psicológica, emocional y física de su esposa,
sino también la propia.
Efesios 5:28-29 “Así también los maridos deben amar a sus
mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se
ama. Porque ninguno aborreció jamás a su
propia carne, antes la sustenta y regala, como también El Señor a su Iglesia…”
Mateo 18:15-17 “Por tanto, si tu hermano pecare
contra ti, ve, y redargúyele entre ti y él solos; si te oyere, has ganado a tu
hermano. Mas si no te oyere, toma aún
contigo uno o dos, para que en boca de dos o de tres testigos conste toda
palabra. Y si no oyere a ellos, dilo a la Iglesia; y si no oyere a la Iglesia,
tenle por un mundano y un publicano”.
Por eso, lo
primero es hablar, contar lo que está sucediendo, compartirlo, el silencio mata.
El amor no
duele, un hijo de Dios, con el amor de Cristo en su corazón no lastima, el
maltratador también necesita ser reconciliado, restaurado, pero para ello debe
reconocer que su conducta es violenta, aquí no se trata de mal genio, de
cuestiones de carácter, detrás de lo que muchos se escudan, reconocer el problema
es el primer paso para la sanidad, como la confesión es el primer paso para
terminar con el pecado. La violencia es un pecado que debe ser sacado a luz. Ministrar
a las personas que sufren no es una opción. ¡Todo lo contrario! Es un mandato
evangélico, y el principal para hallar la sanidad de los esposos y del
matrimonio.
Dice June Hunt, “puesto que el primer mandamiento establece:
‘No tendrás dioses ajenos delante de mí’, el principal problema de la codependencia
es poner a otra persona por encima de Dios. El cuidado excesivo que se le
prodiga hace que se comprometan las convicciones. El exceso de lealtad hace que
se pierdan los límites saludables. El “amor”
excesivo por ella, hace que usted diga sí en vez de no”. Este
pensamiento resume la condición en la que se encuentra la víctima.
Para utilizar una metáfora “todo buen marino sabe que los
iceberg no resisten el clima templado y
las aguas cálidas. Y un cambio de actitudes sociales en el sentido de una mayor
intolerancia hacia todo tipo de violencia es el equivalente a las aguas cálidas
en que el iceberg está condenado a deshacerse poco a poco. Y si lo que necesita
la violencia doméstica es, en afortunada expresión del profesor Gracia Fuster,
“un cambio climático”, ¿quién duda de que la Iglesia pueda contribuir considerablemente a ese cambio en
el clima social que permita ir diluyendo progresivamente el iceberg?[1]
Muchas
mujeres están abandonando la iglesia porque se sienten abandonadas por ella.