1. La conducta aprendida
2. La presión de la cultura
3. La ilusión de dar un hogar tradicional a los hijos
4. Vergüenza
5. Creencias religiosas
¿Qué hacer?
1. Romper el secreto y pedir ayuda
Mientras no rompa el secreto, no pasa nada, nada cambia. Romper el
secreto trae luz a la situación, posibilita la ayuda, permite que la sanidad de
Dios empiece a trabajar en la vida de cada uno.
2. La separación terapéutica
La próxima medida general, lamentablemente, es la separación que no
significa divorcio. Creo mucho en «separaciones terapéuticas» donde la pareja
se separa y hay una mediación y un proceso de sanidad para ambos, inicialmente
cada uno por su lado, hasta que estén listos para trabajar los términos de su
posible regreso a la convivencia. Como la sanidad suele tener un costo emocional
alto, no todos están dispuestos a pagar el precio del rescate de la relación
matrimonial, por esto hay un alto índice de divorcios.
a. Algunos propósitos para la separación terapéutica:
Para la protección física de todos. No deben saber donde, para evitar
que sigan conectándose por formas violentas.
Para romper el ciclo de la violencia. Hay que aprender nuevas formas de
relacionarse y comunicarse. Si siguen juntos bajo el mismo techo, muchas veces
siguen con los mismos vicios de relación.
Para subrayar que realmente hay un problema. Al estar el esposo
separado, tiene más motivación para arreglar la relación debido a la
incomodidad que pase donde esté.
b. Algunas tareas para cumplir en la separación terapéutica
1) Reconocimiento real y profundo por ambos de que hay un problema
serio. No se debe permitir que minimicen la seriedad del problema: «Fueron apenas unos moretoncitos...». Personas involucradas en
situaciones de violencia suelen estar en estado de negación, es decir, no
reconocen la gravedad del problema. Hay que romper el estado de negación en que
están viviendo. Este estado les ha servido de «estrategia de sobrevivencia».
2) Entrar en contacto con la enormidad de lo que han vivido. En cierto
sentido, las cosas van a «empeorar» antes que mejorar. El veneno de años de
abuso tiene que salir no hacia el otro, porque esto no sería constructivo. Más
tarde en el proceso de restauración podrán compartir y renegociar su relación,
pero inicialmente, tienen que «vomitar» todo lo horrible que han vivido juntos
y desde su infancia.
3) Arrepentirse de su conducta. Corresponde a ambos, por la violencia y
por haberlo permitido por tanto tiempo sin buscar ayuda. El agresor también es
víctima de su pasado, sus huellas, sus aprendizajes. Pero no hay que seguir en
el papel de víctima, ni el uno ni el otro. Arrepentirse y asumir la
responsabilidad que le toca, en lo que pasó y referente a lo que vendrá.
4) Sanar las heridas pasadas de cada uno. El pasado ha dejado huellas.
Con la ayuda de Dios, hay que sanar las heridas, aprender límites sanos y saber
decir no sin violencia y sin dejarse invadir. Es necesario tomar medidas reales
que sirvan para ayudar a discernir lo que es conducta aceptable y lo que no lo
es. Tienen que descubrir experiencias dolorosas en la infancia y en la
adolescencia que nunca fueron atendidas, aprender a manejar las emociones y los
sentimientos de maneras sanas, expresándolas de forma apropiada.
Es un tiempo en que cada uno debe crecer en su autoestima. Somos de
infinito valor para Dios. Por esto, es importante que tengamos una mayor
autoestima: debemos proteger lo que Dios hace en nuestras vidas, saber quiénes
somos para el Señor, y valorar a quien Dios ha valorado de esa forma.
5) Cuidar a los hijos. Estos hijos han sufrido y han visto lo que jamás
deberían haber visto. A los papás les tocará pedirles perdón, y producir fruto
de arrepentimiento. Deben cambiar su conducta, para corregir los patrones viciados
y para que las nuevas conductas sean enseñadas por palabra y acción. Deben
asegurarse de que las heridas grabadas en la vida de los hijos también reciban
sanidad.
6) Buscar ayuda con otras personas. Hay grupos de apoyo mutuo en los
cuales se pueden involucrar, hay tanto para el agresor como para el agredido.
Quizás la iglesia sería un buen lugar para ofrecer este espacio para que las
personas puedan compartir, crecer y salir adelante, de preferencia con ha ayuda
del Señor. Es cierto que «la iglesia que rasca donde pica ha de crecer».
Conozco centros de refugio donde los maridos han ido a buscar ayuda para su
conducta violenta.
La verdad es que nadie cambia a nadie. Cada uno puede cambiarse
solamente a sí mismo, a nadie más. No podré cambiar a mi esposo; no podré
cambiar a mi esposa. Cuando uno de los dos no quiere cambiar no resta mucha
esperanza para el matrimonio. Dios puede hacer los milagros, pero prefiero ver
el fruto de milagros de hecho, y no de milagros «de fe». El riesgo de lo que
está en juego es demasiado grande.
Tenemos que aprender que es mejor tener una persona divorciada que una
muerta. Y el divorcio no es un pecado sin perdón. La vida no termina con el
divorcio aunque así parezca a veces. Como dice David Hormachea, el divorcio es
el «privilegio» que Dios ofrece para situaciones insostenibles. Es el remedio
para una situación enferma. Es mejor el divorcio que la violencia. Es mejor la
vida, la paz, que la violencia o la muerte.
Idea básica de este artículo
La violencia doméstica es una problemática social y moral por la que la
iglesia está obligada a responder proféticamente: (1) con la denuncia de este
terrible secreto y (2) con la creación de un plan de intervención que sea
bíblico, produzca vida y sanidad para ayudar a esas familias, especialmente a
las que están en el seno de la comunidad de fe.
por Esly Carvalho (extraído de su libro Familia en crisis)
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