lunes, 14 de mayo de 2012

Factores que perpetúan la violencia doméstica


1. La conducta aprendida

2. La presión de la cultura

3. La ilusión de dar un hogar tradicional a los hijos

4. Vergüenza

5. Creencias religiosas


¿Qué hacer?

1. Romper el secreto y pedir ayuda
Mientras no rompa el secreto, no pasa nada, nada cambia. Romper el secreto trae luz a la situación, posibilita la ayuda, permite que la sanidad de Dios empiece a trabajar en la vida de cada uno.

2. La separación terapéutica
La próxima medida general, lamentablemente, es la separación que no significa divorcio. Creo mucho en «separaciones terapéuticas» donde la pareja se separa y hay una mediación y un proceso de sanidad para ambos, inicialmente cada uno por su lado, hasta que estén listos para trabajar los términos de su posible regreso a la convivencia. Como la sanidad suele tener un costo emocional alto, no todos están dispuestos a pagar el precio del rescate de la relación matrimonial, por esto hay un alto índice de divorcios.

a. Algunos propósitos para la separación terapéutica:
Para la protección física de todos. No deben saber donde, para evitar que sigan conectándose por formas violentas.
Para romper el ciclo de la violencia. Hay que aprender nuevas formas de relacionarse y comunicarse. Si siguen juntos bajo el mismo techo, muchas veces siguen con los mismos vicios de relación.
Para subrayar que realmente hay un problema. Al estar el esposo separado, tiene más motivación para arreglar la relación debido a la incomodidad que pase donde esté.

b. Algunas tareas para cumplir en la separación terapéutica
1) Reconocimiento real y profundo por ambos de que hay un problema serio. No se debe permitir que minimicen la seriedad del problema: «Fueron apenas unos moretoncitos...». Personas involucradas en situaciones de violencia suelen estar en estado de negación, es decir, no reconocen la gravedad del problema. Hay que romper el estado de negación en que están viviendo. Este estado les ha servido de «estrategia de sobrevivencia».

2) Entrar en contacto con la enormidad de lo que han vivido. En cierto sentido, las cosas van a «empeorar» antes que mejorar. El veneno de años de abuso tiene que salir —no hacia el otro, porque esto no sería constructivo. Más tarde en el proceso de restauración podrán compartir y renegociar su relación, pero inicialmente, tienen que «vomitar» todo lo horrible que han vivido juntos y desde su infancia.

3) Arrepentirse de su conducta. Corresponde a ambos, por la violencia y por haberlo permitido por tanto tiempo sin buscar ayuda. El agresor también es víctima de su pasado, sus huellas, sus aprendizajes. Pero no hay que seguir en el papel de víctima, ni el uno ni el otro. Arrepentirse y asumir la responsabilidad que le toca, en lo que pasó y referente a lo que vendrá.

4) Sanar las heridas pasadas de cada uno. El pasado ha dejado huellas. Con la ayuda de Dios, hay que sanar las heridas, aprender límites sanos y saber decir no sin violencia y sin dejarse invadir. Es necesario tomar medidas reales que sirvan para ayudar a discernir lo que es conducta aceptable y lo que no lo es. Tienen que descubrir experiencias dolorosas en la infancia y en la adolescencia que nunca fueron atendidas, aprender a manejar las emociones y los sentimientos de maneras sanas, expresándolas de forma apropiada.

Es un tiempo en que cada uno debe crecer en su autoestima. Somos de infinito valor para Dios. Por esto, es importante que tengamos una mayor autoestima: debemos proteger lo que Dios hace en nuestras vidas, saber quiénes somos para el Señor, y valorar a quien Dios ha valorado de esa forma.

5) Cuidar a los hijos. Estos hijos han sufrido y han visto lo que jamás deberían haber visto. A los papás les tocará pedirles perdón, y producir fruto de arrepentimiento. Deben cambiar su conducta, para corregir los patrones viciados y para que las nuevas conductas sean enseñadas por palabra y acción. Deben asegurarse de que las heridas grabadas en la vida de los hijos también reciban sanidad.

6) Buscar ayuda con otras personas. Hay grupos de apoyo mutuo en los cuales se pueden involucrar, hay tanto para el agresor como para el agredido. Quizás la iglesia sería un buen lugar para ofrecer este espacio para que las personas puedan compartir, crecer y salir adelante, de preferencia con ha ayuda del Señor. Es cierto que «la iglesia que rasca donde pica ha de crecer». Conozco centros de refugio donde los maridos han ido a buscar ayuda para su conducta violenta.

La verdad es que nadie cambia a nadie. Cada uno puede cambiarse solamente a sí mismo, a nadie más. No podré cambiar a mi esposo; no podré cambiar a mi esposa. Cuando uno de los dos no quiere cambiar no resta mucha esperanza para el matrimonio. Dios puede hacer los milagros, pero prefiero ver el fruto de milagros de hecho, y no de milagros «de fe». El riesgo de lo que está en juego es demasiado grande.

Tenemos que aprender que es mejor tener una persona divorciada que una muerta. Y el divorcio no es un pecado sin perdón. La vida no termina con el divorcio aunque así parezca a veces. Como dice David Hormachea, el divorcio es el «privilegio» que Dios ofrece para situaciones insostenibles. Es el remedio para una situación enferma. Es mejor el divorcio que la violencia. Es mejor la vida, la paz, que la violencia o la muerte.

Idea básica de este artículo

La violencia doméstica es una problemática social y moral por la que la iglesia está obligada a responder proféticamente: (1) con la denuncia de este terrible secreto y (2) con la creación de un plan de intervención —que sea bíblico, produzca vida y sanidad— para ayudar a esas familias, especialmente a las que están en el seno de la comunidad de fe.

por Esly Carvalho (extraído de su libro Familia en crisis)






No hay comentarios:

Publicar un comentario