viernes, 2 de diciembre de 2011

Negación y Control = Familia disfuncional



 "Hay muchos hombres", dijo la Bella, "que son peores monstruos que tú, y yo te prefiero a pesar de tu aspecto"
La Bella y la Bestia

"Los cuentos de hadas, que representan tan bien las lecciones de la cultura que los crea y perpetúa, han venido ofreciendo desde hace siglos versiones de este drama. En La Bella y la Bestia, una joven bella e inocente conoce a un monstruo repulsivo y aterrador. Para salvar a su familia de la ira del monstruo, la joven acepta vivir con él. Al llegar a conocerlo, a la larga vence su odio inicial y, finalmente, llega a amarlo, a pesar de su personalidad animal. Cuando eso sucede, claro está, se produce un milagro: él queda liberado de su aspecto bestial y recupera su forma, no sólo humana, sino también principesca. El príncipe recuperado  pasa a ser su pareja agradecida y adecuada. De esta manera, el amor de la joven y su aceptación del monstruo se ven pagados con creces cuando ella asume su lugar apropiado junto a él, para compartir una vida de dicha y buenaventura.
La Bella y la Bestia, al igual que todos los cuentos de hadas que han perdurado a través de siglos de ser contados de una y otra vez, encarna una profunda verdad espiritual en el contexto de una historia irresistible. Las verdades espirituales son muy difíciles de comprender y más difíciles aun de poner en práctica porque a menudo van en contra de los valores contemporáneos. Por lo tanto, hay una tendencia a interpretar los cuentos de hadas en una forma que refuerce la tendencia cultural. Al hacerlo, es fácil pasar por alto su significado más profundo. Más adelante analizaremos la profunda lección espiritual que tiene para nosotros La Bella y la Bestia. Pero primero debemos examinar la tendencia cultural que este cuento de hadas parece acentuar: el hecho de que una mujer puede cambiar a un hombre si lo ama lo suficiente.
Esta creencia, tan poderosa, tan generalizada, se infiltra hasta el centro de nuestras psiquis individuales y grupales. En nuestra forma diaria de hablar y de actuar se ve reflejada la tácita suposición cultural de que podemos cambiar a alguien, para mejor, mediante la fuerza de nuestro amor y de que, si somos mujeres, es nuestro deber hacerlo. Cuando alguien a quien queremos no actúa ni siente como nosotras desearíamos, buscamos maneras de intentar cambiar la conducta o el ánimo de esa persona, por lo general, con la bendición de otros que nos dan consejos y aliento en nuestros esfuerzos (" ¿Has probado...?"). Las sugerencias pueden ser tan contradictorias como numerosas, pero pocos amigos y parientes pueden
resistirse a la tentación de hacerlas. Todos se concentran en ayudar. Incluso los medios de comunicación entran en escena, no sólo reflejando este sistema de creencias sino además, con su influencia, reforzándolo y perpetuándolo mientras continúan delegando el trabajo a las mujeres. Por ejemplo, tanto las revistas para mujeres como ciertas publicaciones de interés general siempre parecen publicar artículos del tipo "Cómo ayudar a su hombre a ser más...", mientras que en las revistas para hombres los correspondientes artículos sobre "Cómo ayudar a su mujer a ser más..." virtualmente no existen.
Y las mujeres compramos esas revistas y tratamos de seguir su consejo, con la esperanza de ayudar al hombre de nuestra vida a convertirse en lo que queremos y necesitamos que sea.
¿Por qué a las mujeres nos atrae tan profundamente la idea de convertir a alguien infeliz, enfermo o peor en nuestra pareja perfecta? ¿Por qué es un concepto tan atractivo, tan perdurable?
Para algunos, la respuesta parecería obvia: la ética judeo-cristiana encarna el concepto de ayudar a aquellos que son menos afortunados que nosotros. Nos enseñan que es nuestro deber responder con compasión y generosidad cuando alguien tiene un problema. No juzgar sino ayudar: ésa parece ser nuestra obligación moral.
Lamentablemente, estos motivos virtuosos de ninguna manera explican por completo el comportamiento de millones de mujeres que eligen como pareja a hombres que son crueles, indiferentes, abusivos, emocionalmente inaccesibles, adictos, o incapaces por alguna otra razón de ser cariñosos y de interesarse por ellas. Las mujeres que aman demasiado hacen esas elecciones impulsadas por una necesidad de controlar a quienes están más cerca de ellas. Esa necesidad de controlar a otros se origina en la niñez, durante la cual se experimentan muchas emociones abrumadoras: miedo, furia, insoportable tensión, culpa, vergüenza, pena por otros y por uno mismo. Una niña que creciera en un ambiente así sería afectada por esas emociones hasta el punto de ser incapaz de funcionar a menos que desarrollara formas de protegerse.
Siempre, sus herramientas de autoprotección incluyen un poderoso mecanismo de defensa, la negación, y una igualmente poderosa motivación subconsciente, el control. Todos empleamos inconscientemente mecanismos de defensa tales como la negación a lo largo de nuestra vida, a veces por cuestiones bastante triviales y otras veces por asuntos y acontecimientos importantes. De otro modo, tendríamos que enfrentar hechos acerca de quiénes somos y lo que pensamos y sentimos que no concuerdan con nuestra imagen idealizada de nosotros mismos y de nuestras circunstancias. El mecanismo de negación resulta especialmente útil para ignorar información con la que no queremos tratar. Por ejemplo, el no advertir (negar)  cuánto está creciendo un hijo puede ser una manera de evitar sentimientos relacionados con el abandono del hogar por parte de ese hijo. O el no ver ni sentir (negar) el aumento de peso que se refleja tanto en el espejo como en la ropa ajustada puede permitir que sigamos deleitándonos con nuestras comidas favoritas.
Se puede definir a la negación como el hecho de rehusarse a admitir la realidad en dos niveles: en el nivel de lo que está sucediendo en realidad, y en el nivel de los sentimientos. Examinemos la forma en que la negación ayuda a preparar a una niñita para crecer y convertirse en una mujer que ama demasiado. Cuando niña puede, por ejemplo, tener un progenitor que rara vez esté en casa por las noches debido a aventuras extra matrimoniales. Al decirse ella misma, o al decirle otros miembros de la familia, que ese progenitor está
"trabajando", ella niega que haya problemas entre sus padres o que esté sucediendo algo anormal. Eso evita que sienta miedo por la estabilidad de su familia y por su propio bienestar. 
Además, ella se dice que ese progenitor está trabajando mucho, lo cual despierta compasión en lugar de la ira y la vergüenza que sentiría si enfrentara la realidad. De esa manera, niega tanto la realidad como sus sentimientos con respecto a esa realidad, y crea una fantasía con la que le resulta más fácil vivir. Con la práctica, adquiere mucha habilidad para protegerse del dolor en esa forma, pero al mismo tiempo pierde la capacidad de elegir libremente lo que hace. Su negación obra en forma automática, involuntaria.
En una familia disfuncional siempre hay una negación compartida de la realidad. Por serios que sean los problemas, la familia no se vuelve disfuncional a menos que se produzca la negación. Más aun, si algún miembro de la familia intentara librarse de esa negación, por ejemplo describiendo la situación familiar en términos precisos, el resto de la familia se resistiría con fuerza a esa percepción. A menudo se utiliza el ridículo para poner a esa persona en su lugar, o, si eso fallara, el miembro renegado de la familia es excluido del círculo de aceptación, afecto y actividad, Nadie que utilice el mecanismo de defensa de la negación hace una elección consciente de excluir la realidad, de usar anteojeras a fin de dejar de registrar con precisión lo que dicen y hacen los demás, como nadie en quien opere la negación decide dejar de sentir sus propias
emociones. Simplemente "sucede" a medida que el yo, en su lucha por proporcionar protección contra los miedos, las cargas y los conflictos abrumadores, cancela la información que resulta demasiado problemática...... 

...Según notamos antes, el cuento La Bella y la Bestia parecería ser un vehículo para perpetuar la creencia de que una mujer tiene el poder de transformar a un hombre si tan sólo le brinda amor con devoción. En este nivel de interpretación, el cuento parece defender tanto la negación como el control como métodos para lograr la felicidad. La Bella, al amar al temible monstruo sin cuestionamientos (negación), parece tener el poder de cambiarlo (controlarlo).
Esta interpretación parece acertada, porque encaja con los roles sexuales que dicta nuestra cultura. No obstante, yo sugiero que una interpretación tan simplista equivoca ampliamente el significado de este antiguo cuento de hadas. El hecho de que esta historia perdure no se debe a que refuerza los preceptos y estereotipos de cualquier época. Perdura porque encarna una profunda ley metafísica, una lección vital sobre cómo vivir nuestra vida en forma sensata y  buena. Es como si la historia contuviera un mapa secreto, el cual, si tenemos la astucia suficiente para descifrarlo y el coraje de seguirlo, nos guiará a un gran tesoro escondido: nuestra propia felicidad por siempre jamás.
Entonces, ¿cuál es la intención de La Bella y la Bestia? La aceptación. La aceptación es la antítesis de la negación y el control. Es la voluntad de reconocer cuál es la realidad y dejarla tal como es, sin necesidad de modificarla. En eso radica una felicidad que surge no de la manipulación de la gente o de las condiciones externas, sino del desarrollo de la paz interior, aun frente a los desafíos y dificultades.
Recuerde que, en el cuento de hadas, la Bella no tenía necesidad de que la Bestia cambiara. Ella lo veía con realismo, lo aceptaba tal como era y lo apreciaba por sus buenas cualidades. No trataba de convertir a un monstruo en un príncipe. No decía: "Seré feliz cuando él ya no sea un animal." No le tenía lástima por lo que era ni trataba de cambiarlo. Y allí radica la lección. Debido a su actitud de aceptación, la Bestia fue liberada para convertirse en su verdadero yo. El hecho de que su verdadero yo resultara ser un apuesto príncipe (y una pareja perfecta para la Bella) demuestra simbólicamente que ella fue recompensada con creces por practicar la aceptación. Su recompensa fue una existencia rica y plena, representada por su vida feliz por siempre jamás con el príncipe.
La verdadera aceptación de un individuo tal como es, sin tratar de cambiarlo mediante el aliento, la manipulación o la coacción, es una forma muy elevada del amor y, para la mayoría de nosotros, resulta muy difícil de practicar. En el fondo de todos nuestros esfuerzos para cambiar a alguien hay un motivo básicamente egoísta, una creencia de que a través de ese cambio seremos felices. No hay nada malo en desear ser felices, pero colocar la fuente de esa felicidad fuera de nosotros mismos, en las manos de otra persona, significa que evitamos nuestra capacidad y nuestra responsabilidad de modificar nuestra propia vida para bien. 
Resulta irónico, pero esta misma práctica de la aceptación es lo que permite a otra persona cambiar si así lo desea."

"Mujeres que aman demasiado"  Robin Norwood

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